EL
ÁRBOL DE ORO
Ahí
estaba, era completamente real. Era precioso y, como mi viejo amigo
decía, era cegador, muy cegador. El gran árbol de oro. Anduve por
sus alrededores y no tardé en descubrir aquella crucecita de hierro,
y aquel nombre tan peculiar tallado en aquella lápida. Hacía ya dos
años que no sabía nada de él, pero sin embargo no me entristecí,
todo lo contrario, me sentí feliz.
Todo
empezó ese invierno en el que no volví a la ciudad y me quedé en
las montañas. Ese año me apunté a las clases de la señorita
Leocadia, que siempre otorgaba la llave de la torrecita donde se
guardaban los libros a Ivo, aquel chico tan especial, no se sabía
por qué pero era muy especial. Ningún alumno más había entrado a
esa torre, solamente Ivo.
Un
día le pregunté a la señorita Leocadia si podía ocuparme de la
llave de la torrecita. Parecía que iba a acceder, pero de repente
Ivo fue a su mesa y le dijo algo en susurros. Entonces, la profesora
se negó a darme la llave de la torrecita. Todo quedó como estaba.
Ese mismo día en el recreo le pregunté a Ivo que por qué no quería
que fuese a la torrecita. Y el me contestó:
-Hay
un árbol de oro
-¿Qué
hay un árbol de oro?-pregunté extrañada.
-Sí,
pero no todos podemos verlo. Tenemos que saber por cual de las
rendijas hay que mirar.
-¿Y
por cuál rendija es?
-Es
una rendija que queda al deslizar el cajón de la derecha.
Semanas
más tarde, Ivo enfermó y se me otorgó a mí la llave de la
torrecita. Pero por más que miraba por aquella rendija no veía
ningún árbol. Me sentí traicionada.
Me
fui a la ciudad y después de dos años regresé a las montañas.
Decidí dar una vuelta por el cementerio.
Me
sentí extremadamente feliz cuando leí aquel nombre: IVO SÁNCHEZ
MÁLAGA, MUERTO CON DIEZ AÑOS DE EDAD.
Alicia Pulido Vélez
2ºde ESO B
Fotografía: Marta Gil
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