sábado, 24 de enero de 2015

Cuéntalo otra vez: Ana María Matute





El árbol de oro
Hace unos días se celebró el funeral de mi hermano, Ivo.
Mi hermano era una persona agradable, sincera y respetuosa. No era gracioso o listo pero era capaz de llamar la atención de cualquier persona que lo escuchase.
Ivo y yo dormíamos juntos en la misma habitación y cada noche me contaba lo que le había sucedido durante el día. Recuerdo que hace unos años pasó aquí un tiempo una niña de la ciudad. Cada noche Ivo me hablaba de ella como si desde el día en que llegó nadie más existiese para él.
Esta niña se llamaba Sara, era una chica normal, como cualquier otra. Una tarde, sobre las ocho me la encontré por la calle. Ya nos conocíamos pero nunca antes había mantenido una conversación con ella. Ivo llevaba unas semanas enfermo y ella siempre le llevaba las tareas a casa. Ese día la noté algo nerviosa, empezó a hablar sobre un árbol de oro, una rendija, un cajón, etc. Pero yo no encontraba respuesta a sus preguntas, ya que no sabía nada del tema. Por la noche le comenté a Ivo lo que me había sucedido y me estuvo contando que cada día, cuando recogía los libros de lectura de la torrecita de la escuela le contaba a Sara que veía un árbol de oro y que ella siempre quería ir a ver aquel extraño árbol.
Pasó el tiempo e Ivo no mejoraba y, justo antes de fallecer me dijo: “Si alguna vez ves a Sara acuérdate de decirle que el sentido de la vida se encuentra en nuestra imaginación y que hay que aprender a soñar y a imaginar para poder ser felices, dile que el árbol de oro que cada día veía en la escuela no era otra cosa sino la felicidad que sentía en ese momento en que lo veía todo tan dorado.”


Francisco de Asís Mateo Fernández
2º de ESO B


 Fotografía: Marta Gil

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