El
árbol de oro
Mi hermano era una persona
agradable, sincera y respetuosa. No era gracioso o listo pero era
capaz de llamar la atención de cualquier persona que lo escuchase.
Ivo y yo dormíamos juntos en la
misma habitación y cada noche me contaba lo que le había sucedido
durante el día. Recuerdo que hace unos años pasó aquí un tiempo
una niña de la ciudad. Cada noche Ivo me hablaba de ella como si
desde el día en que llegó nadie más existiese para él.
Esta niña se llamaba Sara, era
una chica normal, como cualquier otra. Una tarde, sobre las ocho me
la encontré por la calle. Ya nos conocíamos pero nunca antes había
mantenido una conversación con ella. Ivo llevaba unas semanas
enfermo y ella siempre le llevaba las tareas a casa. Ese día la noté
algo nerviosa, empezó a hablar sobre un árbol de oro, una rendija,
un cajón, etc. Pero yo no encontraba respuesta a sus preguntas, ya
que no sabía nada del tema. Por la noche le comenté a Ivo lo que me
había sucedido y me estuvo contando que cada día, cuando recogía
los libros de lectura de la torrecita de la escuela le contaba a Sara
que veía un árbol de oro y que ella siempre quería ir a ver aquel
extraño árbol.
Pasó el tiempo e Ivo no mejoraba
y, justo antes de fallecer me dijo: “Si alguna vez ves a Sara
acuérdate de decirle que el sentido de la vida se encuentra en
nuestra imaginación y que hay que aprender a soñar y a imaginar
para poder ser felices, dile que el árbol de oro que cada día veía
en la escuela no era otra cosa sino la felicidad que sentía en ese
momento en que lo veía todo tan dorado.”
Francisco de Asís Mateo Fernández
2º de ESO B
Fotografía: Marta Gil
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